Durante muchos, muchísimos
siglos, hubo en la galaxia un gran enfrentamiento entre el Sol y la
Luna. Mantenían un gran desafío por querer ser el preferido o
preferida de la Tierra. Y es que ambos querían destacar como el más importante
para los habitantes de la Tierra, pero siempre veían al otro como un gran
rival.
La Luna vivía envidiosa del Sol, ya que éste salía a relucir su luz
todos los días del año, sus rayos calentaban el agua en verano, las personas se
posaban y absorbían cada uno de los rayos durante horas, y nadaban contentas
bajo su luz. Cuando llovía, gracias a él se podían apreciar los magníficos arco
iris. Y en invierno… ¿Quien pensaba en la Luna en invierno cuando se
necesitaba la calor del Sol? Las personas buscaban como sedientas los rayos y adoraban ese pequeño sorbo durante el día. Y es que el Sol daba la
vida.
Lo peor que la Luna intentaba sobrellevar era eso, la luz… la Luna no
tenía luz propia, y por ello tenía que conformarse con el reflejo que el propio
Sol le prestaba, para que ella pudiese brillar. En ese sentido, tendría que
estar agradecida al Sol por prestarle su luz, pero a ella le molestaba, porque
al fin y al cabo no era suya. La Luna no quería salir por las noches, ya que era cuando el mayor numero de personas dormía y no la podían contemplar. Y es
por ello que, en ocasiones, intentaba colarse de día por alguna esquina del
cielo, aunque pocos la veían ante el grandioso Sol.
Tal era la envidia de la Luna que, cuando pasaban muchos años y tenía
la oportunidad de aparecerse justo delante, tapaba al Sol eclipsándolo y
creando lo que las personas llamaban un eclipse de Sol. Esto sucedía poquísimas
veces, pero cuando pasaba, la Luna se sentía mucho más poderosa frente al
enorme Sol.
La Tierra vivía en medio de un continuo conflicto, y es por ello que
intentaba que no se viesen, interponiéndose entre ambos, creando lo que se llama el eclipse de Luna. Pero eso no impedía que el reto por destacar se terminase.
La Luna se pensaba que el Sol proyectaba su luz hacia ella para que las
personas, durante la noche, recordaran su brillo y volver a ser otra vez el
protagonista, pero lo que ella no sabia es que el Sol realmente se moría de
envidia por la Luna.
Y es que la gente no se protegía de ella como al Sol, al que veían como
peligroso, y siempre comparaban a la gente bella con con la Luna en las poesías
y canciones, y pese a que era el reflejo del propio Sol, las personas siempre
hablaban del “bonito reflejo de la Luna”. Además vivía más cerca de la Tierra y podía contemplar más detalladamente toda la curiosa actividad que realizaban
las personas. El Sol siempre había deseado tener la oportunidad de poder ver de
noche todas las luces encendidas de la Tierra. En Navidad decían que era
precioso.
También había oído que la Luna tenía poder sobre el crecimiento de las
plantas e incluso sobre la marea. Además, según como le diese la luz cambiaba
de forma y, cuando era de noche, se encendía como una bombilla destacando sobre
un majestuoso fondo negro. A ella al menos la podían mirar fijamente durante
horas, al Sol… era imposible.
Un día, la Tierra harta de ver cómo se comparaban ambos, decidió crear
una tormenta que cubrió todo el cielo de una espesa capa de nubes imposibilitando
así a los habitantes, la visión del Sol y de la Luna. Las personas
tristes desde la Tierra pronto empezaron a decir cuánto los echaban de menos, tanto al
caluroso Sol por el día, como a la bonita Luna por la noche.
Ambos, empezaron a escuchar cada una de las bonitas palabras
que los habitantes de la Tierra decían sobre ellos, y que ahora, con una simple
nube se perdían. Y es entonces cuando se dieron cuenta de que ambos habían
estado tan centrados en las propiedades que no tenían, que se habían olvidado completamente
de todo lo bueno que cada uno aportaba. Compararse había sido un gran error.
Desde aquel entonces, cada uno centró todas sus fuerzas en sus
capacidades, en aquello que sí tenían a su alcance, para poder dar lo mejor de sí y poder ser la mejor versión de si
mismo en cada momento, sin comparaciones y sin envidias. Porque al fin y al
cabo, cada uno aportaba magníficas cosas a la Tierra. Además, cualquier día podía
llegar un montón de nubes, y daría realmente igual ser Sol o ser Luna.
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